November 23, 2025 / 23 de noviembre, 2025

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Cristo Rey (C) - “Jesús, acuérdate de mí..”

Mis queridos hermanos en Cristo… Este año se conmemora el centenario de la instauración de la festividad de Cristo Rey. El Papa Pío XI instituyó la festividad en 1925. El Papa Pío XI vio la necesidad de enfatizar a Cristo como Rey del Universo en un momento en que el mundo presenciaba tanto un creciente secularismo y ateísmo como el colapso de muchas instituciones de larga data, incluyendo las principales monarquías de Europa tras la Primera Guerra Mundial. Estos acontecimientos inquietantes a menudo conducen a una crisis de fe. "¿Por qué permitiría Dios esto?". A principios del siglo XX también se produjo un auge del ultranacionalismo secular, un intento en parte, durante una época de incertidumbre y agitación, de construir la identidad nacional, la unidad o la solidaridad en términos de una combinación de características compartidas como la cultura, la etnia, la religión, el idioma, las tradiciones o una historia compartida. Había una gran necesidad de un sentido de pertenencia. Al igual que en este año, 2025, 1925 también fue un Año Jubilar. Durante un año jubilar, la Iglesia enfatiza la misericordia de Dios. Podemos ver cómo en tiempos de división y con naciones sufriendo las consecuencias y las heridas de la guerra, la misericordia es tan necesaria. Pero encontrar paz y pertenencia en el Reino de Dios no es solo para cuando las naciones de la tierra están en crisis. Necesitamos reconocer a Cristo como nuestro Rey también cuando nuestras vidas personales son inestables.

          Ayer por la mañana, justo cuando me sentaba a escribir mi homilía, recibí una llamada a emergencias. Una mujer estaba angustiada. Dijo que su hija tenía pensamientos suicidas y me preguntó si podía hablar con ella. La niña no corría peligro inmediato, así que pregunté si la madre y la hija podían reunirse conmigo en la iglesia. Podrían estar allí en media hora. Le pedí a la niña, que era preadolescente, que me contara qué estaba pasando, que me contara qué le había pasado para que siquiera pensara en hacerse daño. La niña, sin dudarlo, comenzó a describir los sentimientos de rechazo, la pérdida de amistad y la maldad que experimentó por parte de sus compañeros en la escuela. Le dolían los juicios de sus compañeros, las calumnias, los rumores y las mentiras que se difundían sobre ella en las redes sociales. Si bien no lo consideraba "ciberacoso", le dolía que se burlaran de ella, la excluyeran de grupos de chat, que la eliminaran de sus amigos, la bloquearan y la ignoraran otras chicas que consideraba sus amigas. También se daba cuenta de que no era inocente, pero no entendía por qué la trataban con tanta dureza. Quería caer bien y sentía celos o envidia de las otras chicas que parecían ser más populares y queridas, sobre todo por los chicos. No se le ocurría disculparse por lo que hacía cuando lo que recibía a cambio era mucho peor. Quería volver a ser amiga de sus compañeros, pero no sabía cómo. Buscaba compasión y un sentido de pertenencia. Pero no sabía por dónde empezar. Como la mayoría de los preadolescentes, buscaba una identidad y le preocupaba mucho lo que pensaran los demás de ella. Lo que salió a la luz en mi primera conversación con la madre fue que esta chica no estaba bautizada. La familia, aunque se consideraba católica, no asistía a la iglesia. La niña no recibía ningún tipo de educación religiosa ni formación en la fe. La animé a no escuchar las voces de sus supuestos "amigos", sino a empezar a escuchar la voz de Dios. Animé a la madre a presentarle a Jesús a su hija llevándola a la iglesia y convirtiéndose en un miembro activo de nuestra comunidad de fe. Ser bautizado es pertenecer a Dios, convertirse en su hijo o hija amado, ser redimido por el perdón de nuestros pecados. Jesús vino y murió en la cruz para reconciliarnos con Dios y entre nosotros. Todo lo que esta niña buscaba —pertenecer a una comunidad, experimentar la misericordia, ser amada en su debilidad con la posibilidad de reconciliarse con quienes ella y quienes la habían ofendido— es posible en la relación con Jesús a través de la Iglesia. Los jóvenes (y no tan jóvenes) dedican mucho tiempo y energía a crear una imagen de sí mismos, una imagen que creen que agradará a los demás. Intentan ser algo o alguien que no son para agradar a los demás. Intentan demostrar que son agradables. Pero es imposible controlar los pensamientos de los demás. No podemos controlar lo que piensan los demás. Sus opiniones cambian con facilidad, así que ¿por qué permitiría alguien que su valor y autoestima se basaran en las opiniones de los demás? Pero en el reino de Dios, no tenemos que crearnos una imagen. Somos creados a imagen de Dios. Y Dios, que es amor, es eterno. Su imagen en nosotros puede desfigurarse o encubrirse, pero no cambia. La imagen de Dios en nosotros se restaura en y a través de nuestra pertenencia a Cristo, quien es «la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación».  Y una vez que pertenecemos a Cristo —renacemos en Cristo— a través de nuestro bautismo, nunca somos olvidados. Podemos olvidarnos de Dios. Podemos alejarnos de Él, pero Dios nunca nos olvidará. Si nos desviamos, él siempre estará ahí para encontrarnos. No importa cuánto nos hayamos extraviado o cuán grandes hayan sido nuestros pecados, él no nos abandona ni nos rechaza. No nos bloqueará ni nos dejará de ser su amigo. La escena de la crucifixión en el evangelio hoy ilustra la magnitud del amor y la misericordia de Dios, y hasta dónde llegará Dios para salvarnos. Los dos ladrones son justamente condenados. Son hombres culpables. Son malhechores.  Jesús, inocente de cualquier delito, los acompaña aceptando el mismo castigo. Está con ellos, se identifica con ellos, está a su lado. La crucifixión muestra cómo ni siquiera el peor de los crímenes nos separa de Dios. Dios sufre con los culpables, entra en la situación pecaminosa, para que incluso los peores pecadores, los más alejados de Dios, puedan encontrar su amor. Esto revela la magnitud de su victoria, la magnitud de su reinado, cómo Jesús es el "Rey del Universo"; no hay lugar donde su reinado no se extienda. "Recordar" es "hacer presente". El grito del "buen ladrón" es: "¡Jesús, hazte presente!": "¡Venga tu reino!". Jesús responde: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso". El Paraíso, el cielo, no es para una fecha futura ni para otro lugar. El cielo es la presencia de Jesús, que está con nosotros hoy. La diferencia entre los dos ladrones, la diferencia que marca la diferencia, es que uno desea evitar el castigo como si no lo mereciera; el otro acepta la cruz como un castigo justo; acepta su culpa y tiene fe en que Jesús no lo olvidará. Si no aceptamos nuestra culpa y aceptamos la cruz, no estaremos abiertos al Señor y a su misericordia. Que Jesús no se salve de la cruz es señal de su amor y misericordia. El buen ladrón ruega por estar con Jesús; ruega por misericordia. La joven estaba deprimida y sumida en la oscuridad porque desconocía al Rey del Universo y su misericordia. ¿Acaso los bautizados conocemos al Rey del Universo? ¿O seguimos intentando hacernos dignos de participar en el Reino? Seamos honestos con nosotros mismos y no intentemos ser ni convertirnos en la buena persona que creemos que Dios quiere que seamos. Eso no es diferente a proyectar una imagen irreal de "perfecta" de nuestra propia creación en Instagram o Facebook con la esperanza de agradar. ¿Por qué? Porque no podemos salvarnos a nosotros mismos. Esa es la mentira. Esa es la tentación: "Sálvate a ti mismo". Jesús nos muestra el camino no salvándose a sí mismo, sino aceptando la cruz. Nuestra felicidad no viene de que mucha gente nos "siga", sino de seguir al Rey del Universo que nos concede los dones de la unidad y la paz.  ¡Que Dios los bendiga!